La reforma laboral se olvidó de las oportunidades

Publicado el 21 de febrero de 2012

Esta primera entrada del blog quería haberla dedicado a explicar el título del mismo. Mi propósito era haber concentrado esta primera pieza en la paradoja según la cuál una crisis generada por el 1% (sobre todo vinculado al sector financiero) está siendo soportada por el 99% de los ciudadanos, sin que las políticas que se vienen aplicando desde hace 4 años terminen de dar resultados ni hayan repartido justamente los sacrificios de la crisis.

Pensaba hablar también del incremento de la desigualdad previo a la crisis financiera (y que en cierto modo está en su origen, como apunta Rajan), pero que será mucho más fuerte como consecuencia de los recortes generalizados en todos los países desarrollados. Como señala Stiglitz, hoy el 1% de la clase alta en EEUU controla ya el 40%, cuando hace dos décadas apenas superaba el 33%. En España esos desiquilibrios están más controlados (el 1% más rico posee el 20% de la riqueza nacional) aunque su tasa de crecimiento durante las últimas décadas ha sido también muy llamativa. Eso supone que el otro 99% de la población debe repartirse el 60% de la riqueza restante en EEUU (80% en el caso de España). Es decir, más gente para disfrutar de una menor proporción de riqueza. Ese mayor número de gente (los autodenominados como el otro 99% de la población) es además quien sufrirá en mayor medida los recortes en educación, sanidad y pensiones.

Fíjense en que más allá de esa enumeración de recortes en el estado de bienestar, he dejado fuera todos los cambios que se están produciendo en el mercado de trabajo en los últimos 2 años, porque creo que merecen un tratamiento diferenciado. Es precisamente la reforma laboral aprobada por el gobierno del PP la que se ha metido en la agenda económica justo cuando yo comenzaba a escribir este blog, y la que me ha hecho cambiar el tema general de este primer post. La actualidad manda y por eso le voy a dedicar una reflexión especial, consciente en todo caso, de que el debate sobre la desigualdad no sólo se limita al ámbito del reparto de rentas, sino que está también estrechamente vinculado a las discusiones sobre el mercado laboral.

Frente a la educación, la sanidad y las pensiones (que son sistemas de protección universal con buenos resultados en términos de equidad en España), la parte de nuestro estado de bienestar donde hay más desigualdades sigue siendo el mercado de trabajo. Esto puede parecer una paradoja, pero es importante que asumamos esta realidad de partida antes de emitir una opinión sobre las últimas reformas (del PSOE y del PP). Desde hace años tenemos en España lo que los economistas llamamos un mercado de trabajo dual, donde el 30% de los trabajadores tienen contratos temporales (con indemnzaciones bajas que en el caso máximo llegan a los 12 días por año trabajado), mientras que el otro 70% tiene contratos fijos (con indemnizaciones de 45 o 33 días por año). Todos ellos suman 17 millones de ocupados, que conviven con otros 5,5 millones de parados, lo que en realidad convierte a nuestro mercado laboral en un mercado trial (parados, temporales y fijos). Si se suman los temporales y los parados, son casi tantos como los fijos. Y los jóvenes están en los primeros grupos, mientras que los mayores están en el segundo.

Desde que el gobierno del PP anunció la mayor reforma laboral de la democracia, las protestas de las centrales sindicales y de los partidos de izquierda se han concentrado en denunciar la pérdida de derechos de los trabajadores. Me parece una crítica acertada pero incompleta. En mi opinión, la reforma laboral no es mala únicamente porque baje el despido efectivo de 45/33 días a 20 (en el caso de los despidos procedentes, que pasarán a ser la mayoría), sino porque no hay medidas de calado para impulsar el empleo.

Con un mercado de trabajo tan desigual como el que tenemos, con la crisis tan brutal que padecemos y con el nivel de paro que hemos acumulado, la cuestión sobre la que más deberíamos debatir es cuáles son la reformas necesarias para crear nuevas oportunidades a los que no las tienen. El foco de los más progresistas debería concentrarse en aquellos que no tienen empleo, ni esperanza de encontrarlo o posibilidad de auto-generárselo. La situación de los que sí lo tienen y pueden perderlo con mayor facilidad es preocupante, pero no más que la de los que llevan meses, o años, sin ninguna perspectiva laboral.

Por eso creo que la crítica a la reforma planteada por el PP es que no propone nada serio con respecto a las políticas activas. No hay ni rastro del sistema alemán de formación-empleo (porque aunque se enuncia y se crea una bolsa personal de formación, no dota de recursos adicionales ni hay atisbos de inminencia en su desarrollo); tampoco hay ninguna medida que personalice el reciclaje de los parados (como en el sistema danés) o que utilice de forma efectiva el sector público para mantener a los desempleados con un buen entrenamiento práctico, mientras los trabajadores en activo salen a formarse (como en el modelo sueco). Las posibilidades de renovar nuestras políticas activas son numerosas, pero la reforma apenas las aborda. Y cuando la reforma ofrece iniciativas positivas (como la posibilidad de combinar subsidio y salario) nadie parece prestarles atención, ni siquiera desde el propio gobierno.

En definitiva, creo que para analizar esta reforma y las que vengan, el punto de vista hay que situarlo en la generación de oportunidades. Las reformas y recortes serán buenos o malos desde esa perspectiva, porque lo que nuestro país necesita es más movilidad social, más emprendimiento y más productividad. Aunque algunos no lo quieran ver, esa es también una manera muy eficaz de avanzar hacia una sociedad más igualitaria, al tiempo que se genera un nuevo modelo de crecimiento y se sale de la crisis.