El G7 ante la crisis del euro

Publicado el 5 de junio de 2012

Hasta hace un mes, la crisis del euro era un asunto exclusivo de la UE que sólo salpicaba a otras potencias internacionales cuando tenían que aprobar la implicación del FMI en los rescates de Irlanda, Grecia y Portugal. Sin embargo, en estas semanas han concurrido tres factores que afectan a sus protagonistas más destacados y que explican la mayor implicación que está tomando el G7 desde hace 15 días, hasta el punto de haber convocado hoy una reunión de urgencia.


El primer factor es táctico: Hollande no se ve capaz de ganar su batalla contra Merkel sólo en Bruselas y pretende involucrar a otras grandes potencias para doblegar la tozudez germana y aprobar un potente Plan de Crecimiento para la UE antes del verano. El segundo factor es electoral: Obama se arriesga a perder las elecciones si la economía se complica. Los pobres datos de empleo en EEUU de la semana pasada son sólo un aviso. Él sabe que la quiebra de Lehman Brothers hundió el final del mandato de Bush y quemó las posibilidades electorales de McCain; y le inquieta profundamente que la crisis del euro termine suponiendo su tumba política el próximo mes de noviembre. El tercer factor es financiero: los líderes del G7 son conscientes de que el sistema monetario internacional puede verse sometido este año a un shock sin precedentes que ellos tendrían que sufrir, costear y redirigir. Si la crisis bancaria en España obliga a un rescate masivo o si las elecciones en Grecia obligan a su  salida descontrolada del euro, el pánico volverá a apoderarse de los mercados financieros, la volatilidad se disparará y la desestabilización podría requerir una refundación del sistema monetario internacional, de mayor calado incluso que cuando colapsó el Patrón Oro.


En este contexto, y ahora que el G7 ha empezado a preocuparse seriamente por la crisis del euro, la cuestión fundamental es ¿qué puede hacer al respecto? En mi opinión, el G7 no debería perder mucho tiempo en especular sobre la gestión de posibles escenarios catastróficos, y debería emplear todas sus energías en intentar evitarlos. Creo que la mejor opción sigue siendo la de intentar que Europa solucione sus problemas sin la ayuda del resto. Involucrar masivamente al FMI, a EEUU y a China en este asunto debería reservarse como un último cartucho, aunque es cierto que su influencia concertada puede ser muy positiva en estos momentos.

Lo más importante es que el G7 y el G20 utilicen bien las reuniones que tienen previstas para presionar a Alemania y lograr que modifique su actitud permanentemente negativa. Merkel (también apodada Doña No) debería sufrir desde fuera la misma presión que ella impone a las economías más débiles de Europa. Alemania viene comportándose de forma egoísta desde hace meses, pero esa actitud está alargando una crisis que amenaza con contagiarse al resto del planeta. Desde esa postura miope, Alemania se ha negado a los eurobonos, se ha negado a incrementar la dotación del Mecanismo Europeo de Estabilidad (ahora dotado con 500 mil millones de euros); se ha negado a una Unión bancaria que suponga una garantía común de todos los depósitos; no admite ninguna desviación de la austeridad fiscal en Europa (ni siquiera en Alemania); no quiere que el BCE financie las deudas de los gobiernos; no permite una relajación de la política monetaria; y, por supuesto, no quiere ni oír hablar de inducir un boom de crédito y consumo en Alemania que ayudaría a salir de la crisis al resto de Europa.


El G7 debería darle la vuelta a los siete “noes” de Merkel (como los ha resumido Martin Wolf la semana pasada en FT). La zona euro necesita más financiación externa, que sería más fácil a través de los eurobonos; necesita un respaldo colectivo a los bancos, que sería más simple con una Unión bancaria y con un cambio en las reglas de utilización del fondo de rescate para la recapitalización de las entidades financieras en apuros (que las hay en España pero también en Alemania); El euro también requiere una contracción fiscal más suave, una política monetaria más expansiva con menores tipos de interés y una demanda interna alemana más vigorosa.


Si el G7 es capaz de lograr alguno de estos avances, sus reuniones habrán merecido la pena. Si no, tendrán que sacar la calculadora y empezar a elucubrar sobre escenarios imponderables de rescate a grandes economías avanzadas que no se han producido en la historia económica moderna. Confiemos en que la presión de los líderes más importantes del mundo sea suficiente para convencer a Alemania.

En este sentido, lo mejor será no empeñarse en los argumentos frontales, sino en los que pongan el interés propio alemán por delante. Algunos de esos argumentos son bastante potentes: si Grecia se sale del euro, los electores alemanes no perdonarán haber tirado 80 mil millones de euros de sus bolsillos a la basura; si España termina siendo rescatada, los bancos alemanes verán peligrar casi 200 mil millones de euros en activos invertidos en títulos españoles; y si Europa sigue ajustándose el cinturón hasta la inanición, la economía alemana entrará en recesión, ya que el crecimiento de sus exportaciones a las economías emergentes parece estar tocando techo.


Ante estos peligros para Alemania, el Plan de Barroso para avanzar en la Unión fiscal, la Unión bancaria y la Unión política puede suponer la excusa perfecta para que Merkel justifique un cambio de opinión y se ponga a la cabeza de esos cambios estructurales en la construcción europea. Por eso, el G7 debería apoyar también el Plan Barroso en su declaración final, como hizo hace unos días con los Planes de crecimiento que llevaba Hollande en la agenda.

Este mes de junio puede ser el final de una historia, pero los actores que tendrán que escribir las primeras líneas de la siguiente serán los mismos. Así que confiemos en que no hagan borrón y cuenta nueva. El mejor camino es enderezar los renglones más torcidos del actual relato.