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La crisis, Europa y Krugman

(El País Negocios, 08-07-2012)

  

El Consejo Europeo de la semana pasada dio los primeros pasos para cambiar las recetas que se aplican para salir de la crisis: se aprobó un plan de crecimiento, se desligó la ayuda a los bancos de la deuda pública y se avanzó en la unión bancada. Estas medidas están lejos del paquete óptimo (la unión fiscal, el cambio de funciones del BCE, los eurobonos, etcétera), pero suponen pasos en la dirección correcta.

 

 Quien más debía haberse alegrado de este viraje progresivo es el economista que lleva mucho tiempo reclamando menos austeridad y más estímulos para el crecimiento, pero Paul Krugman pasó esta semana por Madrid para promocionar su último libro y siguió jugando al euro-escepticismo y al titular fácil, insistiendo en la ruptura del euro, los corralitos y equiparando la economía española actual con la que teníamos en los años treinta.

 

El motivo de este artículo es apoyar las recetas de Krugman que tienen más sentido: es decir, la ralentización del ajuste fiscal y la petición al BCE de que compre deuda pública y aumente el objetivo de inflación, al tiempo que pretendo relativizar algunas de sus recetas, cuando hablamos de España y de Europa. Creo que es importante entrar en esos matices, dada su creciente influencia en todos los ámbitos, especialmente el político. Krugman es un gran economista, al que admiro y que merece todo nuestro reconocimiento, y por eso me apena que algunas de sus intervenciones sobre la crisis del euro en los últimos meses no hayan estado a la altura de su talento.

  

En particular, creo que se equivocó al pronosticar la ruptura del euro con la salida de Grecia (o incluso de España), y también a la hora de insistir solo en el estímulo de la demanda agregada como solución a la crisis. Sus posiciones sobre la quiebra de la moneda única me parecen a veces apocalípticas, un tanto irresponsables (por contribuir a la profecía auto cumplida), y también algo desconectadas de la realidad europea, porque los incentivos políticos y económicos de las partes juegan en la dirección contraria. Además, y en relación con las recetas para salir de la crisis, creo que Krugman se olvida con demasiada facilidad de que una buena parte de Europa tiene un problema de oferta agregada pendiente de resolver desde, hace tiempo que debemos abordar para que 'la" recuperación sea duradera.

  

Vayamos por partes. Cuando se habla de Grecia y la moneda única, se suelen cometer dos errores: por un lado, se la considera víctima de la crisis y, por otro, se asimila su posible salida del euro al caso de Argentina y el fin de la paridad peso-dólar en 2001. Caben dos puntualizaciones importantes: primero, es verdad que Grecia está pagando hoy tipos de interés muy altos por su rescate, pero también hay que recordar que nadie se preguntó por la viabilidad del euro hasta que Grecia no reveló en 2009 que su déficit real no era del 3,7% sino del 12,5% del PIB. Todo el mundo sabía de los fallos de diseño de la unión monetaria, de los que ahora se habla hasta en las tertulias ligeras, y de los que nadie se acordó durante una década. Pero fue el falseamiento de las cuentas el que desató la crisis de confianza generalizada, las dudas sobre el grado de solidaridad que tendrían unos estados miembros con otros y el lío monumental en el que aún seguimos.

Segundo, en cuanto al paralelismo con Argentina, me parece que no se puede comparar un tipo de cambio fijo con una unión monetaria, ni Grecia tiene las materias primas ni la capacidad exportadora de Argentina. En realidad, no hay ninguna experiencia histórica que permita imaginar seriamente cómo podría articularse la salida ordenada de Grecia de la moneda única, y por tanto, solo caben los escenarios caóticos que tanto miedo dan a los mercados, a los ciudadanos y también a los políticos.

Según las pocas estimaciones disponibles, la salida del euro de Grecia podría suponer una contracción del PIB en el continente cercana al 12%, y al mismo tiempo implicaría la pérdida de los más de 150.000 millones de euros que los países avanzados han prestado al país heleno.

 

Por eso, por motivos económicos y también electorales, ninguno de los líderes políticos de la UE quiere realmente esa salida, ni de Grecia, ni mucho menos España, aunque a Krugman le resulte muy ingenioso (y altamente rentable) sugerirlo.

En relación con el recetario para salir de la crisis económica que nos afecta, creo que Krugman se ha quedado muy corto pidiendo solo estímulos fiscales y una nueva política monetaria.-

Sinceramente, ya intentamos en 2009 estimular así la demanda agregada de nuestras economías de forma coordinada y funcionó a corto plazo, pero esa no es la solución a todos nuestros problemas estructurales. Aunque Europa tuviera un Gobierno económico plenamente unificado como él de Estados Unidos, y lograra aplicar esas medidas, las políticas de estímulo krugmaniano nos darían un poco de aire, pero aún nos quedaría mucho por hacer.

 

Me sigue sorprendiendo que tan pocos analistas hayan reparado en que la solución de largo plazo a los problemas americanos y europeos está en la transición hacia un nuevo modelo económico que aún difícilmente imaginamos. Entre las excepciones merece la pena mencionar a Jeffrey Sachs, economista también progresista, pero con menor pegada mediática, quien hace unos días apuntaba en Financial Times lo siguiente: "Estados Unidos y Europa necesitan una estrategia de crecimiento a largo plazo y no un nuevo estímulo de corto plazo al crecimiento".

 

Para lograrlo habría que "dirigir las nuevas tecnologías —de la información, la comunicación, el transporte, los nuevos materiales y la genómica— hacia la resolución de los problemas de falta de sostenibilidad y calidad de vida a los que se enfrentan nuestras sociedades. El crecimiento a largo plazo (y la calidad de vida) podrían alcanzarse a través de nuevas inversiones que avancen hacia una economía baja en carbono, baja en contaminación y alta en prestaciones sociales y medioambientales".

Es ahí donde encontraremos la nueva revolución industrial que transformará nuestras vidas.

La guía para esa transición en Europa está parcialmente apuntada en la Estrategia 2020 y sus 17 sectores de crecimiento futuro. En el caso de España esa hoja de ruta tiene un primer embrión en la Ley de Economía Sostenible aprobada en 2010, y luego paralizada. Según los últimos datos oficiales, España ya ha reducido sus costes laborales a niveles anteriores a la crisis (como pedían Krugman o Blanchard cuando visitaron nuestro país en 2009), pero nuestra capacidad exportadora aún se ve lastrada por márgenes empresariales superiores y niveles de productividad inferiores a los de muchos de nuestros competidores.

  

La política económica que necesita España no debe preocuparse solo de las cuestiones urgentes (la deuda, el déficit o los bancos), sino que debe poner los pilares de lo que es realmente importante para una recuperación prolongada (el emprendimiento, los nuevos sectores productivos, la industria, la innovación y la productividad).

  

En definitiva, Europa y España deben concentrar todos sus esfuerzos en políticas de inversión productiva y cambio regulatorio que transformen de arriba abajo nuestra manera de producir y consumir bienes y servicios: No podemos olvidar que el origen de esta crisis está en un modelo excesivamente bancarizado y en el peso excesivo de la construcción dentro de un modelo social y medioambiental agresivo. La solución a nuestros problemas no consiste en reparar las heridas para perpetuar el viejo modelo productivo que nos trajo hasta aquí, sino en transitar hacia uno completamente nuevo que cree un marco en el que las nuevas empresas y los nuevos empleos sean sostenibles por décadas y la calidad de vida experimente un salto positivo sustancial. El reto es, mayúsculo, pero por eso debería ser la mayor de nuestras preocupaciones, aunque Krugman no lo mencione en sus tribunas.

 

Carlos Mulas-Granados es profesor de economía de la UCM y director de la Fundación IDEAS